¿Se están aliando los intereses de Occidente y el Golfo Pérsico para
dañar a Rusia? ¿Es el país irremediablemente adicto al oro negro? En realidad
Europa también sale perjudicada de la situación y no hay indicios de que sea
muy sostenible para EE UU.
La última vez que Rusia se enfrentó a una crisis financiera fue en
agosto de 1998, cuando el rublo cayó frente al dolar después de que el Gobierno
de Borís Yeltsin no hiciese frente a los pagos de la deuda interna y congelase
la externa.
En solo unas semanas, la tasa de cambio del
rublo al dólar pasó de 6 a 21. La gente corriente, que guardaba sus ahorros en rublos o tenía
hipotecas calculadas en dólares, estaba al borde de la ruina.
Sin embargo, en un país que no es ajeno a
las crisis, en unos pocos
años la economía rusa era tan floreciente como siempre, con un
crecimiento anual de dos cifras.
Cuando Vladímir Putin llegó al poder en
1999, se enfrentó a una situación que se escapaba del control, debatiéndose
bajo el peso de un experimento económico neoliberal que había fracasado. Tras
la humillación que supuso la caída de la URSS, Rusia, golpeada por la pobreza,
estaba en un estado lamentable.
Putin saneó el problema con un simple pero efectivo impuesto único del
13 % sobre los ingresos, que pervivió para formar una cultura de evasión fiscal
generalizada.
Posteriormente, renacionalizó las
industrias clave y terminó con el dominio de los oligarcas de los 90.
En el momento justo, debido a causas
externas, los precios del petróleo empezaron a subir y el fénix ruso desplegó
sus alas. Cuando parecía que había que decir adiós a Moscú, el país se alejó
del precipicio.
¿Será posible que ahora este apego del Kremlin a las virtudes del oro
negro se convierta en su perdición? ¿Están los agentes
externos aprovechándose de la dependencia rusa de los ingresos por el petróleo
para hundirlo? Ninguna hipótesis parece convincente.
En primer lugar, las malas noticias. Las relaciones Moscú-Washington
están en su punto más bajo desde la era Brezhnev en los años 70.
La fuga de capitales desde Rusia alcanza un nivel récord y se espera
que llegue a 128.000 millones de dólares este año. El
crecimiento económico ha encallado en una tasa de casi cero. Eso es una lección
para un país que tuvo en tiempos un crecimiento de dos dígitos y que
recientemente ha mantenido estable un 4 % mientras que sus rivales se
estancaron o decayeron.
Europa también sufre y con toda probabilidad se verá forzada a insistir
en que se levanten las sanciones que apenas afectan a los EE UU pero que están
dañando tanto las economías europeas como la rusa.
La caída del rublo aterra a los rusos. La nueva
clase media se ha acostumbrado a sus vacaciones anuales, impensables hace unos
pocos años. Tailandia, Turquía y España están entre los destinos principales de
los rusos, en paralelo con la colonización británica y alemana de las playas
españolas y griegas hace 30 ó 40 años.
Los resorts turísticos se tambalearían tras
la pérdida de los clientes rusos.
Alarma justificada
Muchos colegios privados británicos de élite, instituciones que se
mantienen gracias a sus elevadas matrículas, dependen de sus estudiantes rusos
para cubrir gastos. Contrariamente a cuanto se pueda
pensar, no todos estos alumnos son alevines de familias de oligarcas.
La gran mayoría tiene padres trabajadores
de clase media. Con la libra a un cambio de 70 rublos y subiendo, el sector de
la educación privada en Gran Bretaña tiene motivos justificados para estar
alarmado.
Por lo que respecta a la caída de los precios del petróleo, no tiene
sentido pensar que es una nefanda conspiración entre EE UU y Arabia Saudí para
derribar a Putin. La caída en picado de los precios del crudo es
consecuencia del boom del esquisto en EE UU y la disminución de la demanda en
China y Europa.
Si Arabia estuviese conspirando, el Ejército Islámico sería su objetivo
y el torbellino ruso un afortunado efecto secundario, desde su perspectiva. Riyadh tiene suficientes reservas monetarias para mantener el precio
del barril en unos 80 dólares durante algunos años.
Aunque el Ejército Islámico vende su petróleo con grandes descuentos,
los bajos precios significan que no podrán acumular beneficios de de los pozos
que controlan en Siria e Irak. Y menos beneficios quiere
decir menos potencia de disparo en su Guerra Santa.
“Una moneda común de los BRICS ayudaría a terminar con la hegemonía
financiera de Occidente”
El problema de Rusia es que el petróleo de
los Urales ha caído de 115 a 53 dólares el barril desde junio. Deutsche Bank afirma que debido
al gran aumento del gasto en los últimos años, Moscú necesita que el barril se
venda a 100 dólares para equilibrar su presupuesto. El Kremlin podría
pagar ahora las consecuencias de su fracaso en diversificar la economía rusa.
Sin embargo, hay motivos para creer que Rusia podría, hasta cierto punto,
esquivar el golpe.
La caída del rublo podría ser un desastre para los hogares comunes,
pero tendría un impacto positivo en el presupuesto del Gobierno ruso, ya que sus ingresos por el petroleo son en dólares y el gasto interno se hace en rublos.
Esto suaviza la presión sobre las arcas del Estado. Y, dejando de lado a los saudíes,
los demás productores de
Oriente Medio no podrán aguantar tales bajadas de precio durante muchos años.
Rusia tiene unas saludables reservas de
efectivo y puede resistir la mala situación económica aún durante un tiempo. El boom del esquisto en los EE
UU, que está manteniendo a raya el desempleo en el país, no podrá lidiar mucho
tiempo con precios por debajo de los 90 dólares.
El ministro de Economía británico, Geoge
Osborne, también está
dispuesto a usar el fracking para extraer gas de esquisto en las
regiones septentrionales de Inglaterra.
Un efecto colateral de una caída prolongada de los precios del petróleo
significaría el fin de la burbuja del esquisto. Buenas
noticias para los ecologistas, pero no precisamente bienvenidas para los
productores nacionales de energía.
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